Es una mañana soleada de principios de mayo. Entro en la cafetería de la esquina, aquella tan
antigua. Los olores y sonidos embriagan todo mi ser: el murmullo de la gente, el olor a café y
tostadas, el sonido de las sillas al ser arrastradas. Me acerco a la mesa del final, la de la esquina, y
me acomodo en una de las sillas orientadas hacia la puerta. Siempre elijo el mismo lugar.
-Buenos días, señora, ¿le pongo lo de siempre? – me pregunta la camarera.
-Sí, por favor.
Un café con leche, con mucha nata, como siempre. Sí, ya sé que suena extraño, pero me encanta.
La camarera llega rápidamente con mi bebida.
-¡Que aproveche! – exclama.
-Muchas gracias, Carolina.
Aspiro el dulce aroma procedente de mi taza, la sujeto con ambas manos y cierro los ojos para
darle el primer sorbo.
En la primera mesa del local, una muchacha se muerde las uñas. Parece nerviosa.
-Buenos días, ¿has decidido ya lo que quieres tomar? – le pregunta amablemente la camarera.
-Gracias, pero estoy esperando a alguien, ¿te importaría volver cuando llegue?
-Por supuesto. – contesta la camarera sonriendo a la chica.
Al poco tiempo, la puerta del local se abre y aparece un joven bastante atractivo, pero cuya
expresión tan sólo expresa tristeza e infelicidad.
-Hola, cielo. – le dice a la chica mientras se acomoda frente a ella.
Ambos jóvenes evitan mirarse a los ojos. Desvían su mirada hacia cualquier otra parte.
-Buenos días, caballero. ¿Qué desean tomar? – les sorprende la camarera.
-Un café solo, largo. – responde el joven.
-Un café con leche. ¿Podéis ponerle mucha nata, por favor? – pregunta la chica.
-Claro, no te preocupes. – le responde la camarera.
Ya con sus bebidas en la mesa, los chicos alzan la mirada.
-Arturo, yo… Tengo que contarte algo. – comienza la chica.
-Yo también. – le corresponde él.
-Bien, pues comienza tú. – replica ella con nerviosismo.
-Clara… Esto…Esto no es fácil. – comienza él apartando la mirada – Tengo que irme. Acabo de
cumplir los dieciocho y ya me han llamado. Sabíamos que esto iba a pasar.
La chica lo observa con lágrimas en los ojos y se rodea el costado con un brazo.
El muchacho se levanta rápidamente, se sienta junto a ella y la abraza, meciéndola entre sus
brazos.
-Te quiero, te quiero. Te quiero muchísimo. Siempre te querré. No voy a olvidarte jamás, nunca, ni
aunque pasen miles de años. – la consuela entre lágrimas.
La joven se vuelve hacia él y lo besa. Un último beso, amargo, intenso, el último.
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