Esa misma mañana de septiembre, en algún lugar de la ciudad.
¿Es posible que tomar chocolate con churros se convierta en un encuentro romántico?
Sí. Al menos, para Paula y Angel.
Sentados en una cafetería, uno frente al otro, la pareja desayuna, con la música de la radio de fondo. Suena “Volveré junto a ti” de Laura Pausini. Después de mil achuchones y besos en el parque de los cien escalones, están hambrientos.
- Vamos a jugar a una cosa – dice la chica, muy feliz.
- ¿Quieres jugar más? ¿Aquí delante de todos? – bromea el.
- No seas tonto. Ya has tenido tu ración por hoy. Por lo menos, por esta mañana.
- Qué dura eres – protesta-. ¿A qué quieres jugar?
Paula sonríe. Sólo imaginar lo que le va a decir, hace que le dé la risa por dentro. Pero debe contenerse.
- Tú de pequeño, ¿no hiciste nunca una fiesta de chocolate con churros?
EL joven piensa concienzudamente...
- No. me parece...
- Te estás haciendo mayor, cariño. Ni siquiera recuerdas tu infancia.
- Que no. Ya te digo que no me suena eso del chocolate con churros en una fiesta – señala, fingiendo que se indigna.
- Vale. Te explico. Consiste en que con los ojos vendados uno le de al otro de comer. Mojas el churro en el chocolate y me lo das. Y luego yo a ti.
- ¿Estás bromeando, verdad?
- No, no. Es enserio. Te lo juro.
Paula cruza los dedos corazón e índice de su mano derecha y se los besa.
- ¿Me estás diciendo que nos vamos a vendar los ojos y nos vamos a dar de comer los churros mojados en el chocolate, aquí delante de todo el mundo?
- Sí eso es.
La sonrisa de Paula le ocupa toda la cara.
el no sabe si su chica está hablando en broma o lo dice de verdad. Sí, parece que va enserio.
- Estás loca.
- ¿No te atreves? – pregunta desafiante.
- Pues...
- Cobarde.
El empieza a tomarse aquella afrenta como algo personal. ¿Qué no se atreve?
- Vale, vamos a jugar.
- ¡Muy bien! ¡Valiente! ¡Así me gusta! – exclama la chica, aplaudiendo.
- ¿Y quién gana?
- El que se manche menos la cara.
el no tiene muy claro las reglas del juego y el vencedor del mismo. Pero, le ha llamado cobarde. Y eso él no lo puede consentir.
- Bien. Pero, ¿Con que nos vendamos?
- Espera.
Paula se levanta y se dirige a la barra de la cafetería. Dialoga con un camarero y pocos instantes después éste vuelve con cuatro servilletas de tela. Luego regresa a la mesa, sin poder parar de sonreír.
- Toma. Dos para ti y dos para mí. Una para que te la pongas en los ojos y otra para que te cubras y no te manches la ropa.
El chico coge las dos servilletas que Paula le da. Mira hacia un lado y otro. Sólo hay un par de ancianos y una pareja en toda la cafetería. Pero, ¡Qué vergüenza! Aunque él no se va a echar para atrás.
- Venga, juguemos.
- Vale. Pero sin trampas, eh. No vale mirar. Que te conozco.
¿Cómo puede decirle eso? Él jamás hace trampas.
- ¡Por supuesto que sin trampas! ¡Por quién me tomas!
Paula suelta una pequeña carcajada sabiendo que ha herido el orgullo de su chico a propósito. A continuación, coge una de las servilletas y se la anuda en el cuello de la camiseta para no manchársela. el la imita. Acto seguido, se tapa los ojos con la otra servilleta, atándosela por detrás de la cabeza.
- Comprueba que no veo nada – le dice a el.
El chico la obedece y hace varios gestos delante de ella para asegurarse. Efectivamente, parece que no ve nada.
- Muy bien. Ahora yo.
- Vale. Como comprenderás, yo no podré comprobar si me haces trampa o no. Pero confío en ti.
el resopla y tras observar que nadie le mira, se pone la servilleta en los ojos en forma de venda.
- Ya está. No veo nada.
Y es cierto. No ve absolutamente, nada. No le gusta ganar haciendo trampas.
- Perfecto. Confío en ti, eh – dice la chica, que en esos momentos, lentamente, se quita la servilleta de los ojos-. Empieza tú..
Paula apenas puede contener una enorme carcajada al ver haberle muy serio buscando el churro para mojarlo en el chocolate. Sin embargo, logra reprimirse para continuar con el juego.
El chico, por fin, atrapa el churro. Lo moja en la taza y con torpeza, busca la boca de ella.
- Vamos, estoy preparada. ¿A qué esperas?
el se inclina hacia delante con el brazo estirado. Las gotas de chocolate caen sobre la mesa. Paula esquiva el churro. El chico lo intenta por la derecha, ella mueve su cara hacia la izquierda. Y al contrario.
- Pero, ¿dónde estás? – pregunta, desesperado después de varios intentos fallidos.
- ¡Pues aquí! ¿Dónde voy a estar? Que mala puntería tienes, cariño.
La chica no puede evitar ahora la carcajada ente el malestar del chico, que sin embargo, sigue insistiendo.
Benevolente, al final, Paula se deja rozar con el churro empapado de chocolate y permite mancharse un poco la cara.
Su chico sonríe, pero ella no le deja mucho margen y muerde el churro.
- ¡Bien! – grita, mientras lo mastica.-. ¡Por fin has encontrado mi boca!
- Uff. Parecía que habías desaparecido. Pero creo que no te he manchado mucho, ¿no?
- Luego lo vemos. Ahora me toca a mí.
Paula se tiene que poner las dos manos en la cara para soportar la risa. Apenas puede respirar. El enfrente abre la boca esperando que la chica le dé su desayuno. Ésta moja un churro todo lo que puede y lo dirige al rostro de el.
El primer impacto en la frente. Paula restriega todo el chocolate por la frente del joven.
- ¿Pero qué haces? ¡Mi boca está más abajo! – exclama el.
- Perdona, ¿Más abajo?
La chica vuelve a mojar el churro y tras pasarlo por los labios de Ángel, evitando que éste llegue a morderlo, extiende todo el chocolate por su barbilla y pómulos.
- ¡Paula! ¡Me estás poniendo perdido!
el no sabe si reír o llorar. Tiene la cara cubierta completamente de chocolate.
- ¡Perdona! ¡Si es que no lo coges!
- ¿Cómo que no?
- Venga, voy otra vez.
La pareja que se encuentra en la cafetería los mira divertidos. Estos enamorados...
Paula moja por tercera vez el churro y esta vez si lo coloca justo delante de la boca del chico, inclinándose sobre él.
- ¡Muerde!
Ángel le hace caso y da un mordisco.
- ¡Muy bien cariño!- vitorea Paula, que definitivamente, no puede parar de reír.
A continuación, le quita la venda a el, que se encuentra a su chica justo delante sin los ojos tapados.
- Pero tú... ¡me has hecho trampas!
- Sí. Pero... tú te llevas el premio.
La joven acerca su rostro al de él y lo besa en los labios. Beso de chocolate.
El no protesta y responde al beso de su chica.
Dulce desayuno.
Segundos más tarde, Paula coge su silla y se sienta a su lado. Con la servilleta que no se ha manchado, limpia la cara de el mientras no puede parar de reír ante las quejas de éste.
- Eres una tramposa. No voy a jugar contigo a nada más.
- Ya lo veremos.
Bromistas y alegres pelean con la servilleta.
En la radio, en esos momentos, comienza una canción muy conocida por los dos.
- ¡Escucha! ¡Es el tema de Katia! ¡Me encanta esta canción!
- Es cierto, no la había reconocido – miente el, algo más serio.
- ¡Qué bonita es!
- Sí. No está mal.
La joven continúa arreglando el desaguisado que ha hecho en el rostro de el chico .
- ¿La has vuelto a ver?
La pregunta coge desprevenido a el.
- ¿A quién?
- Pues a quien va a ser. A Katia.
el duda que contestar. No puede contarle nada. Si además, antes no lo hizo... ahora sería mucho peor.
- No. No la he vuelto a ver.
- Ah, qué pena. Bueno, si la vuelves a ver pídele un autógrafo para mí.
el traga saliva.
- ¿Tanto te gusta?
- Muchísimo y además... me recuerda a ti.
Uff.. Lo que le faltaba por oír. Se siente muy culpable.
- Bueno... veremos que...
Pero Paula interrumpe a su chico, alarmada al darse cuenta de la hora que es.
- ¡Dios! ¡Es tardísimo! Mis padres tienen que estar apunto de despertarse. ¡Corramos!
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